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La declaración del Estado de Alarma en España la conocí estando en el final del verano austral, en Chile. Trabajaba pilotando un avión de coordinación de incendios forestales. En el avión me acompañaban un cámara que operaba un magnífico equipo de captación de imágenes y también un coordinador de incendios, para que se entienda, el controlador aéreo para las aeronaves que apagan el incendio.
Sobre el 10 de marzo el gobierno chileno restringió la entrada de extranjeros al país. Supimos entonces que los relevos de pilotos no llegarían. De los españoles que estábamos allí de mi empresa, solo Jesús, un perspicaz y abnegado mecánico, y Yo mismo, decidimos quedarnos para mantener en vuelo el servicio de coordinación de aeronaves de extinción de incendios forestales de la Corporación Nacional Forestal.
Los coordinadores y cámaras de mi avión fueron todos chilenos a partir de la declaración de Estado de Alarma en España y su correspondiente declaración de Estado de Excepción y toque de queda en Chile, gente de la que tengo mucho que aprender tanto sobre incendios como sobre su cultura. Me costó más de un disgusto intentar convencerlos de que aceptaran que tomábamos determinadas medidas de protección en las operaciones. Poco a poco, a medida que las noticias sobre el Covid-19 fueron inundándolo todo, fueron finalmente viniendo a cada una de mis indicaciones. Se trataba de llevar todos puesta la mascarilla y utilizar gel hidroalcohólico para limpiarnos regularmente las manos, no hacer guardias en lugares donde transitaran otras personas como clubs aéreos, negarnos a dormir fuera de nuestro aeródromo base e intentar no repostar más de lo necesario en otros aeródromos, además debíamos comprometernos a cuidarnos lo máximo posible cuando nos retirábamos a descansar. Así fue como logramos seguir volando con cierta sensación de seguridad hasta que el avión fue guardado en su hangar, por finalización de campaña, el 27 de abril de 2020.
Días antes, sabiendo que la campaña terminaba, había estado sufriendo cierta ansiedad, intentando por todos los medios conseguir una plaza en algún vuelo que me llevase de vuelta a Europa, para poder regresar a casa. Tengo mucho que agradecerles al amigo que me puso en contacto con un corresponsal para Sudamérica de nuestra televisión, a este periodista que a su vez me puso en contacto con el responsable de prensa del Consulado Español en Chile que me informó, de un vuelo consular de Air France que volaba a París el día 29 de abril de 2020, al Consulado de España en Santiago de Chile que hizo las gestiones necesarias para que pudiese volar en un Boing 777, lleno hasta la bandera, junto a 500 personas más aceptadas en la lista del Consulado Francés. También agradezco que mi empresa pagara los 791 $ USA que costó el billete y los 1200 euros que costaron el coche de alquiler, el gasoil y los peajes para que fuera posible volver conduciendo desde París hasta Barcelona.
El viaje en avión desde Santiago de Chile a París empezó temprano, me había levantado a las 3 a.m. para asistir a una reunión de instructores de vuelo que se celebraba vía Zoom a las 10 a.m. en Sabadell, 4 a.m. en Chile. Cuando llegamos a la terminal, sobre las 7.45, estaba todo cerrado, excepto los puestos de facturación donde desembocaban las largas colas que acabaron formándose para los dos únicos vuelos del día, el del Consulado de Australia y el del Consulado de Francia. Tuve la suerte de que me acompañase en el vuelo un piloto valenciano de helicópteros de extinción de incendios, Julio. Quiso hacer gestiones en la oficina de ventas de Air France, para conseguir un asiento con ventana. Acabamos al final de la fila de 500 personas que avanzaba lentamente hacia los mostradores de facturación. Absolutamente todas las personas que vimos en la terminal de Santiago de Chile, como en el avión y también en la terminal de París, llevaban puesta una mascarilla, muchas llevaban también guantes, algunos se limpiaban con geles alcohólicos o toallitas desinfectantes.
A Mí me asignaron un asiento entre dos personas, una señora francesa y una señorita suiza de origen turco, situado en la única fila en la que no funcionaban las pantallas que hay instaladas en los reposacabezas de los asientos. Estuve igualmente agradecido y dormí casi todo el vuelo que duró algunos minutos más de 12 horas, me ayudó haber dormido tan solo 3 horas la noche anterior. El avión estaba absolutamente lleno, tuve la impresión de que a la mayoría de personas les suponía un gran esfuerzo mantenerse con las mascarillas puestas en las largas horas del vuelo, todos nos las quitamos para comer durante los dos servicios que nos distribuyeron a todos. Los tripulantes deambulaban perfectamente ataviados y protegidos con su uniforme, sus guantes y sus mascarillas.
El viaje en coche desde París lo planificamos con Julio de manera que solo pararíamos para ir al servicio y para repostar, nos turnaríamos en la conducción de manera que él realizaría el último turno de 3 horas, en solitario desde Barcelona hasta su casa en Valencia. Encontramos controles policiales en los peajes y en la frontera, teníamos preparados nuestros salvoconductos para el territorio chileno, las declaraciones de viaje para el territorio francés y nuestros salvoconductos para el territorio español. No fue necesario mostrarlos ni una sola vez, tanto los agentes franceses como los españoles fueron atentos y amables, escucharon nuestra historia de pilotos de incendios forestales volviendo a casa, para empezar de nuevo la campaña aquí. Nos dejaron pasar sin más impedimento, alguno de los agentes se interesó por los tipos de aeronave que pilotábamos, curioso y con una mirada que hacía adivinar una sonrisa bajo la mascarilla.
En las dos estaciones de servicio en las que paramos, pudimos observar como se habían relajado las medidas de seguridad y protección, respecto a las de las terminales de vuelo o a las del avión. Si bien en una de ellas solo las máquinas de café y los lavabos eran accesibles, en la segunda pudimos entrar a la tienda y escoger snacks y patatas chips para comer durante el viaje. No todos los viajeros llevaban mascarilla y de nuevo volvía a tener esa sensación que tuve en Chile, durante los primeros días de pandemia; gente sin mascarilla y sin ningún tipo de protección, la de que la gente sin mascarilla se fijaba en la mía como si fuese algo extraño.
Hoy he llegado a nuestra base en Sevilla para incorporarme a los vuelos de preparación para la campaña de incendios Un viaje de mil kilómetros que he decidido hacer en coche en base a varios balances diferenciados. El primero es el de las veces que me iba a poner en riesgo de contagio: En avión lo serían en primer lugar en el taxi desde casa hasta el aeropuerto, luego en la terminal, en el embarque, en el vuelo, en la terminal de Sevilla y de nuevo en el taxi o en el tren hasta nuestra base. En cambio, en el viaje en coche tan solo ha sido necesario parar en dos estaciones de servicio en las que el riesgo lo he considerado bajo. El segundo balance es el económico, en coche el trayecto no ha costado más de 120 euros, el gasoil es barato durante la pandemia, hoy por hoy, entre 0,85 y 1,05 euros el litro dependiendo donde repostes. En avión tendría que haber pagado como mínimo el taxi y el billete del vuelo, solo esos dos conceptos, con las tarifas de vuelo actuales, superarían los 120 euros. El último balance es el del tiempo. En avión, teniendo en cuenta el desplazamiento hasta el aeropuerto, la espera para embarcar, el tiempo de vuelo, desembarcar y el desplazamiento hasta nuestra base, el tiempo total del viaje es de unas cuatro horas y media. En coche son unas pocas horas más, pero que se compensan con la autonomía que me da tener mi propio vehículo.
He consultado con algunos compañeros y amigos pilotos de aerolínea sobre como será viajar en avión a partir de ahora. Tenemos claro que las compañías lucharan por que se vuelva a la normalidad de poder llenar los aviones hasta el último asiento y volver con ello a la rentabilidad, no hay otra solución. Será así cuando se generalice una vacuna contra el covid-19 para todos los viajeros.
Mientras no dispongamos de una vacuna, las aerolíneas ya han implantado protocolos de seguridad sanitaria que varían de unas a otras, pero que van en general en la misma línea. Nuestra aerolínea de bajo coste más importante, según me han contado hoy dos de sus pilotos y me confirman dos de mis compañeros que han volado hoy a Sevilla, a adoptado, al menos, las siguientes medidas para sus aviones de corto y medio alcance: La mascarilla es obligatoria para todos durante todo el vuelo; hay siempre una separación de al menos un asiento entre pasajeros, a no ser que sean personas que conviven; el lavabo delantero se reserva para la tripulación, los pasajeros solo pueden utilizar el que hay en la cola del avión; no hay servicio de comida ni para pasajeros ni para tripulantes; se reparten hojas explicativas sobre sanidad en todos los asientos; se pide a los viajeros que no dejen ningún tipo de desecho al marcharse; al salir los pasajeros deben esperar sentados a que se levante y recoja sus cosas la persona que tengan delante y a que esta empiece a andar hacia la salida; los tripulantes no tocan los equipajes de los pasajeros por lo que evitarán en la medida de lo posible ayudarles a colocarlos; se informa a los pasajeros de que en caso de despresurización debe retirarse la mascarilla sanitaria para poder usar la máscara de oxígeno; la sobrecargo no puede entrar a la cabina de los pilotos durante toda la operación y el coordinador no puede entrar a la aeronave durante el embarque y desembarque; los pasajeros embarcan preferentemente por las escaleras exteriores para evitar que se agolpen dentro del finger.
Es una condición humana olvidar rápido los malos recuerdos y cuando termine este estado de pandemia no tardaremos en recordar vagamente que hubo un tiempo en que los aviones no iban casi siempre llenos, un tiempo en el que no era tan habitual, como si fuese algo extraño, que miles de máquinas se desplacen a casi mil kilómetros por hora con pesos cercanos a los cien mil kilogramos, a una altitud de diez kilómetros sobre la tierra y transportando en su interior a cientos de almas.
Por David Navarro Sánchez
Piloto Comercial de Lucha Contra Incendios
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